El medievalismo del siglo XIX no se limitó a la arquitectura, sino que atravesó también la literatura y la pintura, donde se convirtió en un medio privilegiado para expresar la sensibilidad romántica y la búsqueda de raíces nacionales. Frente al racionalismo ilustrado y al universalismo clásico, lo medieval ofrecía un universo cargado de emoción, simbolismo y espiritualidad, que conectaba con la identidad de los pueblos y con una visión trascendente de la historia (Pevsner, 1970, p. 235)

 

Literatura

Dentro de la literatura neomedieval destaca el género gótico, propio de este periodo, expresado en novelas historicas y de misterio ambientadas en el pasado medieval. Reaparecen paisajes sombríos, ruinas y castillos medievales. También se retoman los relatos fantásticos, las epopeyas y leyendas.

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Francia e Inglaterra fueron escenarios fundamentales. En Notre Dame de Paris, Victor Hugo exaltó la catedral gótica como emblema del espíritu popular, transformando el edificio en un personaje capaz de condensar la memoria y la identidad colectiva (De Fusco, 1981, p. 70). De manera paralela, Walter Scott en Ivanhoe popularizó la Edad Media caballeresca, recreando un mundo de justas, lealtades y gestas heroicas que se proyectaba sobre el presente. En ambos casos, el pasado medieval no era reconstruido con rigor histórico, sino resemantizado como signo cargado de valores morales, espirituales y nacionales, en un ejercicio de imaginación romántica que encontraba en lo caballeresco y lo religioso un lenguaje para cuestionar la modernidad (Reau, 1935, p. 13).

 

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Pintura

En la pintura, el medievalismo se expresó con fuerza a través de movimientos artísticos que asumieron la Edad Media como modelo de pureza estética y espiritual. Formó parte del clima historicista y romántico. Recreando una Edad Media idealizada, cargada de valores espirituales, legendarios y nacionales. Fue el deseo de revivir el pasado medieval como símbolo de espiritualidad, moral y nacionalidad. Francia, Alemania e Inglaterra fueron los países donde el historicismo tuvo más fuerza e impacto.

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En Alemania, los Nazarenos reivindicaron la religiosidad medieval y se organizaron como una hermandad inspirada en la vida monástica, creando obras que buscaban recuperar la espiritualidad perdida frente a la secularización moderna (Benévolo, 1978, p. 246).

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En Inglaterra, la Hermandad Prerrafaelita, integrada por Rossetti, Millais y Burne-Jones, retomó la tradición anterior a Rafael para revalorizar el detallismo, los colores intensos y las leyendas artúricas, evocando figuras como Lanzarote, Ginebra y Arturo como símbolos de belleza y moralidad (Fischer, 1982, p. 66). Estas pinturas no eran meras reconstrucciones históricas, sino representaciones cargadas de emoción, dramatismo y un fuerte contenido simbólico que respondían a la necesidad romántica de dotar de profundidad espiritual a las artes.

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En Francia, la pintura neomedieval se expresó principalmente a través del romanticismo y la pintura de historia como la caballería medieval, escenas de batallas, episodios de la monarquía y símbolos nacionales.

 

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De este modo, tanto en literatura como en pintura, el medievalismo se constituyó en un lenguaje cultural compartido, capaz de transmitir significados colectivos y de responder a las tensiones de una sociedad en transformación. Lejos de ser un simple revival estilístico, fue una construcción simbólica del pasado que, al idealizar la Edad Media, ofreció a las artes del siglo XIX un repertorio de imágenes y narrativas que funcionaron como vehículos de identidad, espiritualidad y emoción.