“El resplandor y las sombras: higienismo y modernización urbana en el S.XIX”
“De la oscuridad a la luz: París, la ciudad que la luz reveló”

Mapa de John Snow que muestra el análisis de la epidemia por cólera en Londres en el 1854. Donde las cruces representan los pozos de agua y los puntos negros las muertes por cólera.

lPlano de París antes de las reformas de Haussmann (fuente: Harvey, 2008. Paris, capital de la modernidad.)

Ilustracion de Daumier de la nueva rue de Rivoli 1852 (Daumier. Harvey, 2008. Paris, capital de la modernidad.)
Podemos ver el caos que genera este momento de cambio. También viendo el hombre en el fono trabajando con la piqueta en medio del movimiento vivenciamos esta manía de construir. La ciudad avanzaba y no esperaba a nadie.

“La apertura de los vecinos a la luz del sol y al aire fresco permite a los habitantes preguntarse si la planta será una rosa o un clavel” (Daumier. Harvey, 2008. Paris, capital de la modernidad.)

Ilustración de Daumier (Harvey, 2008. Paris, capital de la modernidad)
El dibujo revela la distancia entre quienes habitan la ciudad y quienes la poseen, entre la miseria que expulsa la modernización y el confort burgués que la observa desde arriba. Así, la luz que promete el nuevo París también ilumina la sombra moral del capital urbano.

Ilustración de Daumier (Harvey, 2008. Paris, capital de la modernidad)
Cuerpos comprimidos, rostros cansados y miradas perdidas, la modernidad que prometía movimiento y libertad se convierte en una experiencia colectiva de encierro. Una sociedad que avanza a distintas velocidades. Mientras unos disfrutan de la ciudad modernizada, otros viajan hacinados hacia los márgenes que esa misma modernización generó.
A raíz de la primera revolución industrial en 1760, en Europa surgieron innovaciones productivas que provocaron un aumento de la población y una disminución de la mortalidad, debido a las mejoras en la nutrición y la medicina. Según Kenneth Frampton, en Historia crítica de la arquitectura, “La acomodación de tal volátil crecimiento condujo a la transformación de antiguos barrios en míseras barriadas, y también a la construcción de viviendas baratas.” Estas viviendas, densamente ocupadas y con escasa ventilación, luz y saneamiento, presentaban un sistema de desagüe deficiente y una gestión ineficaz de los residuos, lo que favoreció la propagación de enfermedades como la tuberculosis y el cólera en el continente europeo durante las décadas de 1830 y 1840.
En distintas capitales del continente como Berlín, Viena, Londres o París—, las autoridades comenzaron a reconocer que la higiene debía convertirse en un asunto público y que la organización de la ciudad era clave para garantizar la salud colectiva. En Berlín, las reformas de mediados del siglo XIX incluyeron la expansión de redes de agua potable y alcantarillado, acompañadas de una nueva legislación que regulaba la densidad y ventilación de las viviendas. En Viena, el proceso se tradujo en la demolición de las murallas y la construcción de la Ringstrasse (desde 1857), un plan urbano que abría amplias avenidas para la circulación y la ventilación. Los edificios de esta zona debían respetar criterios de altura, patios interiores y ventilación, vinculados a los ideales higienistas. Hacia finales del siglo XIX, aparecieron los primeros Wiener Gemeindebauten, viviendas sociales promovidas por el municipio, con patios y servicios sanitarios comunes, que consolidaron el ideal de una ciudad más saludable y equitativa.
En Londres, las investigaciones de Edwin Chadwick y la promulgación de la Public Health Act (1848) marcaron un punto de inflexión en las políticas urbanas de salubridad, al establecer la responsabilidad de las autoridades locales en el manejo del agua, los residuos y el alcantarillado. Poco después, en 1854, el médico John Snow profundizó este enfoque al investigar un brote de cólera en el barrio de Soho. A través de un minucioso mapa epidemiológico, identificó los focos de contagio en torno al pozo de Broad Street, demostrando que la enfermedad se transmitía por el agua contaminada. Su trabajo no solo inauguró una nueva forma de entender la relación entre salud y espacio urbano, sino que también consolidó el principio higienista de que la infraestructura debía ser el primer instrumento para proteger la vida en la ciudad moderna.

Esta fotografía de Marville, probablemente de mediados de la década de 1850, recoge las condiciones de vida en los numerosos barrios de chabolas que surgieron en la periferia y en los espacios libres a medida que se llevaban a cabo las demoliciones en el centro.”
En este contexto, París se erigió como el ejemplo más emblemático y ambicioso de esta transformación. A partir de 1853, bajo el mandato de Napoleón III, el prefecto Georges-Eugène Haussmann emprendió una vasta reconfiguración urbana que cambió para siempre el rostro de la capital francesa. Las reformas de Haussmann (1853–1870) consistieron en la apertura de amplios boulevards, la demolición de los barrios insalubres del centro, la modernización del sistema de alcantarillado diseñado por Eugène Belgrand y la creación de grandes parques y plazas concebidos como pulmones verdes para la higiene y el ocio de la población.
París se transformó así en la síntesis de la modernidad urbana: una ciudad luminosa, ordenada y monumental, pero también atravesada por las tensiones sociales que esa misma luz revelaba. ¿Hasta qué punto estas reformas lograron purificar la ciudad o, más bien, desplazaron sus sombras hacia la periferia?
A mediados del siglo XIX, París se había convertido en el emblema de las contradicciones de la modernidad: una ciudad en expansión, densamente poblada y marcada por la precariedad sanitaria. Las condiciones de vida en los barrios populares eran insostenibles, y las enfermedades epidémicas revelaban los límites físicos y morales de la capital francesa.
“Como consecuencia de obtener la mayor parte del suministro de agua del Sena, que también servía como mayor colector de agua del alcantarillado, París había sufrido ya dos graves brotes de cólera en la primera mitad del siglo.” (Breman, Todo lo sólido se desvanece en el aire). Esta cita de Breman sintetiza uno de los puntos de partida de la crisis urbana parisina: una ciudad atrapada en su propio metabolismo contaminado. A mediados del siglo XIX, París concentra una densidad poblacional inédita, viviendas superpuestas, calles estrechas y un sistema de saneamiento que vertía residuos y agua potable en el mismo cauce. Este colapso materializó los límites del crecimiento urbano sin control y convirtió la higiene en una cuestión política y moral.
En este clima intelectual, el higienismo urbano emergió como una respuesta científica y moral ante el desorden. La ciudad comenzó a pensarse como un organismo que debía mantenerse sano y en equilibrio. Reformadores como Villermé, Frégier y Parent-Duchâtelet denunciaron el hacinamiento de las clases trabajadoras y exigieron la apertura de espacios de luz y aire, configurando un discurso que vinculaba el orden físico con el orden social. Fourier y Dézamy, desde el pensamiento utópico, habían anticipado esta relación al imaginar arquitecturas unitarias y comunas saludables que evitaran la propagación del mal físico y moral..
“Durante la década de 1840, los planes de Per Reymond y Meynadier consolidaron la idea de que la salud urbana dependía de la ventilación, la limpieza y los espacios verdes. Meynadier llegó a concebir los parques como los “pulmones” de la ciudad, siguiendo el modelo londinense, y definió así el vínculo entre urbanismo y salud pública” (Harvey, 2008. Paris, capital de la modernidad.)
Las epidemias de cólera de 1832 y 1849 confirmaron la urgencia de una intervención estructural. Hacia 1850, el higienismo se había convertido en la base ideológica de una transformación inaplazable. “Cuando Napoleón III nombró a Georges-Eugène Haussmann prefecto del Sena, la “promesa de purificar el aire” ya era una exigencia política. Haussmann la tradujo en acción: abrir avenidas para que “el sol pudiera penetrar en todos los rincones de la ciudad” y reconstruir el metabolismo urbano sobre nuevas infraestructuras” (Harvey, 2008. Paris, capital de la modernidad.).
Antes de Haussmann, el conde de Rambuteau había iniciado tímidos intentos de saneamiento, como la apertura de calles para mejorar la ventilación y la circulación del agua, pero su política conservadora resultó insuficiente. “En general, los logros de este noble borgoñón no han tenido una buena valoración. Un historiador francés lo considera una figura medio ridícula que realizó su trabajo a la manera pequeñoburguesa, sin acometer nada que amenazase con exceder la cantidad de dinero sobrante disponible.3 Por otro lado, un autor inglés lo considera el precursor de Haussmann, alguien que se anticipó a éste como creador del París moderno” (Gideon, 1941. Espacio, tiempo y arquitectura”). “Ya hemos mencionado el hecho de que Napoleón iI había perfilado la transformación de París antes de llamar a Haussmann; incluso había iniciado realmente ciertas intervenciones en algunos de sus proyectos: la ampliación de la Rue de Rivoli, el Boule-vard de Strasbourg (cuyo punto de arranque, la Gare de l'Est, la estación del este, estaba en curso de realización” (Gideon, 1941. Espacio, tiempo y arquitectura”). Si bien Haussmann fue quien encabezo una epoca de de cambios de dicha magnitud y eficiencia, quienes le precedían despertaron una serie de ideas y llevaron a cabo ciertas medidas las cuales tuvieron un gran empuje como punto de partida.
Habiendo dicho esto seria erróneo desmerecer a Haussmann, por contrario, se puede decir que sin su participación y esfuerzo Paris no seria lo que es hoy en dia. “Napoleón permitió a Haussmann gobernar París mien-tras no hubo contratiempos, pero en cuanto Haussmann se convirtió en centro de las tormentas políticas, Napoleón, a efectos prácticos, lo abandonó. Sin la energía y determinación de Haussmann, la transformación de París nunca se habría llevado a cabo, desde luego nunca en el breve lapso de diecisiete años.”(Gideon, 1941. Espacio, tiempo y arquitectura”).
“Los objetivos fundamentales de los proyectos de Haussmann [.....] apuntaba a «la mejora de las condiciones sanitarias de la ciudad mediante la destrucción sistemática de callejones infectados, origen de las epidemias». La parte central de París estaba plagada de esos callejones espantosos.” (Gideon, 1941. Espacio, tiempo y arquitectura”). Haussmann tenia muy claro cuales eran sus objetivos, gracias al progreso previo tenía identificados cuales eran los problemas, en este caso podemos ver como identifica el vinculo entre enfermedad y arquitectura. “El tercer punto era «asegurar el orden público mediante la creación de amplios bulevares que permitirán la circulación no sólo del aire y la luz, sino también de las tropas”. (Gideon, 1941. Espacio, tiempo y arquitectura”). La mejor manera de combatir estas situaciones fue repensar y rediseñar estos callejones, asi es como surge el bulevar, la apertura de calles anchas mejoró la ventilación y la entrada de luz solar, reduciendo la humedad, el hacinamiento y los focos de enfermedades. Formaban parte del plan higienista: “abrir la ciudad al aire y al sol”. También facilitaron la instalación de redes de agua, cloacas y gas, modernizando la infraestructura.
Con la segunda réseau se dio mayor extensión a las comunicaciones norte-sur, Haussmann llevó el Boulevard Sébastopol hasta el otro lado del Sena, pasando por la ile de la Cité y el barrio latino. Desde ahí continuó como Boulevard Saint-Michel. Esta ampliación transformó la ile de la Cité en un centro administrativo. La adaptación del Bois de Vincennes (1860) el equivalente oriental del Bois de Bou-logne a fin de formar un parque para la clase obrera.
El habitante, antes encerrado en la oscuridad de los barrios insalubres, recupera la posibilidad de la contemplación, del ocio, de la vida sensible. Florece una nueva posibilidad de habitar, ya no sobrevivir entre el olor y la oscuridad, sino habitar un espacio donde se puede respirar, mirar y pensar.
El higienismo se convirtió, así, en el lenguaje moral y técnico del urbanismo moderno. Bajo la metáfora de la “cirugía urbana”, Haussmann intervino la ciudad como un médico sobre un cuerpo enfermo: abriendo, drenando, aireando. Los parques del Bois de Boulogne y Vincennes fueron los nuevos pulmones de un organismo regenerador, y la modernización de París se presentó como una purificación simultánea del espacio y de la sociedad. La higiene no fue una consecuencia de la reforma, sino su causa fundante: el principio que legitimó transformar la ciudad medieval en la metrópoli moderna.
Las avenidas amplias y lineales reemplazaron al entramado irregular, abriendo la ciudad a la luz y al movimiento. La regulación de fachadas y alturas impuso una armonía visual que convertía el espacio público en un espectáculo ordenado y monumental.
El boulevard se convirtió así en símbolo de la modernidad urbana: ya no sólo expresión del higienismo —con su promesa de aire, agua y limpieza, sino también de la circulación, la monumentalidad y el control. París se transformó en una ciudad visible y legible, donde la higiene urbanística extendía la mirada. Las avenidas de Haussmann no fueron simples obras de ingeniería, sino instrumentos de una nueva forma de vida moderna: amplia, luminosa y regulada
La Contracara
El proyecto haussmaniano, presentado bajo el discurso del progreso y la higiene, condensó las tensiones más profundas de la modernidad urbana. Como advierte Marshall Berman, “Haussmann prometía purificar París, no solo del aire viciado sino de los hábitos viciosos, de los tugurios y de los tumultos” (Berman, p. 150). La limpieza de la ciudad era, en realidad, una limpieza social: una estrategia política que buscaba eliminar de la nueva ciudad moderna todo rastro de desorden, pobreza o disidencia. El higienismo operó una “fachada“ moral y técnica que legitimó la destrucción de los barrios populares y el desplazamiento de miles de habitantes hacia la periferia.
Napoleón III y Haussmann imaginaron las nuevas calles como las arterias de un cuerpo urbano regenerado, donde el aire, la luz y el capital circularían con libertad. Los nuevos boulevards, rectos y monumentales, prometían ventilar la ciudad y abrir “pulmones” en medio de la oscuridad y la congestión medieval. Sin embargo, detrás de esa metáfora médica se escondía un acto de violencia urbana: la demolición de cientos de edificios, la expulsión de miles de personas y la desaparición de barrios enteros que habían existido durante siglos. “La epidemia de cólera de 1832 expuso crudamente la desigualdad entre los barrios: mientras los sectores acomodados podían protegerse, las zonas obreras se convirtieron en focos de infección. Desde entonces, la higiene y la salud pública se transformaron en ejes del pensamiento urbano, vinculando la reforma espacial con la regeneración social” (Harvey, 2008).
Con el paso del tiempo, se hizo evidente que la escala de estas obras no respondía solo a fines higiénicos. Las avenidas de treinta o noventa metros de ancho se revelaron como espacios ideales para el tráfico militar, comercial y simbólico. Bajo la promesa de salubridad, París fue reconstruida como un escenario: una ciudad que debía verse, mostrarse, exhibirse. Las amplias aceras, los cafés y las vitrinas multiplicaron la vida pública y el consumo, mientras la luz, ahora eléctrica, transformaba la noche en espectáculo.
Hacia 1880, esta ciudad iluminada era celebrada como el emblema del urbanismo moderno: un paradigma de orden, racionalidad y belleza. Pero, como advierte Berman, “al lado del resplandor, los escombros”. Los bulevares que deslumbraban por su luminosidad también iluminaban la devastación, los barrios más antiguos, oscuros y densos de la ciudad, el hogar de miles de parisienses estaban arrasados. La luz que debía purificar París terminó por revelar aquello que intentaba ocultar: la pobreza, el desplazamiento y las desigualdades sobre las que se construía la modernidad. ¿A dónde irían estas personas?
La frase de Berman —“El resplandor ilumina los escombros y las oscuras vidas de las personas a cuyas expensas resplandecen las brillantes luces”— resume esta paradoja. El problema es, simplemente, que no se irán. Ellos también quieren un lugar bajo las luces, bajo la nueva iluminación, los marginados expulsados del centro reaparecen en la mirada urbana, convertidos en parte del espectáculo que los había excluido. En medio de la ciudad higienizada, la luz no borra las sombras: las expone.
Esta visibilidad forzada provoca una crisis moral en el corazón de la modernidad. “La manifestación de las divisiones de clase en la ciudad moderna abre nuevas divisiones internas en el ser moderno”, señala Berman. En los bulevares luminosos, la burguesía se enfrenta al reflejo de su propio privilegio: la claridad que debía inspirar armonía se convierte en un espejo que revela la desigualdad.
En este sentido, la iluminación de París no solo simboliza el triunfo del progreso técnico, sino también la tensión entre lo visible y lo oculto, entre el orden y la exclusión, transformó lo exótico en inmediato. La modernización haussmaniana no purificó el aire, sino que redefinió el cuerpo social: iluminó el esplendor de la ciudad moderna, pero también las sombras sobre las que se edificó.
Conclusion
El proyecto haussmanniano se consolidó como una estrategia política y estética más que sanitaria. Bajo el discurso del progreso y la higiene, París fue reconfigurada para exhibir una imagen de modernidad: calles amplias, fachadas uniformes y bulevares bañados por la nueva luz. Sin embargo, detrás de esa claridad se ocultaba una operación de control y desplazamiento social. El higienismo, que se presentaba como un gesto moral y civilizatorio, terminó funcionando como una herramienta de exclusión, una cirugía urbana que extirpó del centro de la ciudad todo lo que no encajaba en el ideal de orden, pureza y belleza.
Las obras públicas, celebradas como símbolo de renovación, transformaron a París en un escenario luminoso donde la vida burguesa podía representarse a sí misma. La ciudad iluminada no solo mejoró la visibilidad del espacio, sino también la del poder: hizo visible quiénes podían habitar bajo la luz y quiénes quedaban relegados a la sombra. En esa misma visibilidad radicó su contradicción más profunda.
Lo que pretendía ocultarse la miseria, el desarraigo, la desigualdad emergió con mayor fuerza a través de la propia luz. Los márgenes expulsados se convirtieron en parte del paisaje social, recordando que toda construcción de belleza implica un costo invisible. Así, la iluminación que debía consagrar la pureza del progreso terminó siendo el reflejo de su falla moral: un resplandor que, en lugar de borrar las sombras, las expuso ante todos.
La modernidad parisina reveló así su paradoja: una ciudad planificada para ser perfecta, pero condenada a mostrar, bajo su misma luz, las huellas de la injusticia que la sostuvo. París brilló como símbolo de un nuevo orden urbano, pero también como espejo de la desigualdad moderna una ciudad que quiso ocultar sus sombras y terminó iluminándolas.

lustración 88, Marville viejo paris (fuente: (Harvey, 2008. Paris, capital de la modernidad.)
En esta foto cruda tomada a la altura de los ojos, podemos sentir el hacinamiento en esta selva urbana. Se muestra poco cielo para representar la falta de aire, y el agua estancada en la calle junto a las paredes sucias nos permite imaginar la humedad y olor del lugar.

Plano de París luego de las reformas de Haussmann (fuente: Harvey, 2008).
Haussmann empezó con la Rue de Rivoli. La demolición y la construcción avanzaron tramo a tramo, primero hasta el Pavillon de Marsan y luego hasta el Louvre. Se derribaron 67 edificios, después un grupo de 172 (para despejar el Palais Royal y el Louvre a ambos lados de la Rue de Rivoli). Si también tenemos en cuenta a este respecto los mercados completamente nuevos que se construyeron en las inmediaciones , puede decirse que lo que se organizó fue un nuevo barrio y no simplemente una nueva calle.

Boulevard Saint-Michel. 1869. (Gideon, 1941. Espacio, tiempo y arquitectura”)

Ilustración de Daumier (Harvey, 2008. Paris, capital de la modernidad)
Las galerías estaban atestadas. Eran tan populares que la burguesía insistió en que hubiera días en que pagar entrada para no tener que mezclarse con el resto de la población. La escena, lejos de ser una celebración del progreso cultural, revela una nueva forma de exclusión, la del privilegio que busca diferenciarse incluso en el espacio público.

Bibliografia​
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Frampton, K-Historia crítica de la arquitectura 2
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Giedion - Espacio, tiempo y arquitectura (Haussmann)
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Paris, capital de la modernidad (David Harvey)
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Morris - Historia de la Forma Urbana
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Benevolo, L - Historia de la Arquitectura Moderna - Vol I
-
Marshall_Berman_Todo_lo_solido_se_desvanece en el aire. La experiencia de lamodernidad